martes, 4 de noviembre de 2008

Naked

Es una lástima que el Parlamento Europeo haya considerado que la introducción de escáneres corporales en los aeropuertos pueda tener un «serio impacto sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos» porque yo los veo como un objeto de la más extrema utilidad. La reticencia a permitir su empleo reside, imagino, en que detrás de la máquina hay una persona, y que esa persona cualquiera –con todo el respeto–, un guarda jurado, un agente al servicio de la Ley, un operario del aeropuerto o un segurata, esa persona, digo, está muy feo que nos vea desnudos, a nosotros, los ciudadanos a quienes sirve, los clientes que pagan por viajar y hacen posible el escáner, el aeropuerto y hasta al operario. Pero, supongamos que quien está detrás de la cámara es... ¡un respetable doctor en medicina! ¿No sería maravilloso? Mataríamos dos pájaros de un tiro: vacaciones y diagnóstico por la imagen. Lo malo es que nos encontraran algo antes del viaje, claro. Pero, si no es muy grave, el médico podría guardárselo hasta la vuelta; de hecho, le pagaríamos para que callara hasta la vuelta. Yo ya lo veo, y con luces de neón. Al lado de las cintas de rayos X podrían construirse unos cuantos consultorios. Eso despejaría los centros de la Seguridad Social, y en Barajas compensaría el caos sembrado por Esperanza Aguirre en la sanidad pública de Madrid. Por otro lado, los viajeros nos sentiríamos tranquilos, pues detrás de las cámaras habría un profesional, un médico, uno de esos curas con licencia para ver nuestros pecados del cuerpo, con la obligación de guardarnos el secreto y con el deber de proporcionarnos un remedio, o al menos un alivio. ¡Y ya no sería una vejación, sino una ganga! De paso, si nos dieran el diagnóstico en inglés, la cosa ya sería el colmo de la redondez. ¡Figúrense lo feliz que haría eso a Camps! Y, hablando de Camps, esto ya no viene a cuento, pero aprovecho para recordar la polémica que hubo hace unos años con el asunto de la redacción del Estatut valencià, que hubo que escribirlo en catalán y luego en catalán porque había unos cuantos que no entendían el catalán. Les parecerá absurdo, pero fue exactamente como se lo cuento. Pues bien, yo desde aquí insto a las autoridades pertinentes a que desentierren la cuestión y el estatuto valenciano se redacte en inglés, como Dios manda en Valencia, y a ver si así de una vez por todas entendemos todos lo que pone. Que luego hay malentendidos, como el de la Reina. Parece mentira, ¡con lo bien que habla ella el inglés...!

bertelmax

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