Recortes brutales en servicios sociales, pilares del Estado de Bienestar
que tantos sacrificios ha costado levantar: sangrías en educación y sanidad
pública. Falta dinero, repite como un mantra tanto el presidente del Gobierno
como los presidentes autonómicos y los responsables comunitarios.
Aumento de impuestos; siempre con la clase media-baja como víctima
(nada de aprobar una política fiscal más progresiva) y con las pequeñas y
medianas empresas que todavía no han cerrado tras cinco años de descalabro, ahogadas.
Tenemos que recaudar más porque no hay dinero, clama Montoro.
Te recorto el servicio y, a cambio, te obligo a pagar más impuestos por
peor calidad de vida. Es que no hay dinero, a ver si nos enteramos. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (exactamente, ¿quién ha hecho eso en los últimos 15 años de pelotazo inmobiliario y fechorías corruptas de las 'familias' de siempre?).
Espera, un momento… ¿No hay dinero? Al menos 550.000 millones de euros de origen español
descansan en centros financieros internacionales donde no tributan o donde,
como mínimo, existe una opacidad tremebunda. Y desde el año 2009, las empresas
del IBEX 35 (sí, sí, bancos, concesionarias, operadores de telecomunicaciones…)
han duplicado su presencia en paraísos fiscales, según el Observatorio de Responsabilidad
Social Corporativa (http://www.observatoriorsc.org/)
¿Qué cantidad deja de ingresar el
Estado permitiendo esta evasión de impuestos? ¿Tendríamos ese déficit que
parece justificar cualquier recorte si se persiguiese de verdad el fraude
fiscal de las grandes corporaciones –no solo el ‘con IVA o sin IVA’, que
también-?
Así que dinero, lo que se dice dinero, sí hay. La utilización de paraísos
fiscales por parte de empresas españolas, con el silencio cómplice del gobierno del
Estado, gobiernos autonómicos y Bruselas, es reprochable en cualquier situación. Pero
ahora, cuando se desmantela educación, sanidad e investigación públicas, con 6
millones de parados y más del 50% de los jóvenes sin expectativas, es directamente
obsceno. De nuevo, las élites políticas y económicas no cumplen la principal
función de una élite éticamente responsable: actuar por el bien común.