sábado, 9 de febrero de 2013

Las no-élites

Cualquier iniciativa política (aviso de que la ciudadanía también ejerce iniciativa política) que se presente estos días es anulada automáticamente por la podedumbre de corrupción que invade la vida del país. No importa si se trata de la Estrategia Estatal de I+D, o de medidas para favorecer la creación de empresas, o de iniciativas legislativas populares como la dación en pago. El vendaval informativo sobre la corrupción de altos cargos políticos o de medianos y mediocres cortesanos se lo lleva todo por delante. Así que vivimos sumidos en un estupor casi sin precedentes, mientras la brecha entre la ciudadanía y lo que a sí misma se llama 'clase política' aumenta día a día.

Afecta a muchas fuerzas políticas (no todas, conviene recordarlo), especialmente a las que tradicionalmente han ostentado el poder estatal, autonómico y local: PP, PSOE y CiU... de momento. Además, la mayoría de las veces para ser corrupto debe existir un corruptor. Y ahí es donde entra en juego la clase económica (no la gran mayoría de empresarios, conviene también recordarlo).

De hecho, los dos jugadores de esta partida (en la que la ciudadanía nos hemos convertido en meros espectadores boquiabiertos mientras nos roban la cartera descaradamente) son las élites política y económica. Y aquí está el gran drama: que quienes deben obrar en interés del colectivo lo estén haciendo solo en interés personal.

Parece una obviedad pero niega la hipótesis de que son 'unas cuantas manzanas podridas' las que están dando mal ejemplo. Al contrario, y me temo que recogiendo la tradición más egoísta de las clases dirigentes españolas a lo largo de toda su historia, se trata de que nuestras élites no merecen llamarse así. No es malo que exista una élite, mucho menos una élite política e intelectual. No todos somos iguales y, a igualdad de oportunidades (que es lo que sí debemos asegurar), habrá ciudadanos que siempre irán más allá que la inmensa mayoría. El drama es cuando esta élite se comporta como una manada de mamuts destrozando un país sin importarle la devastación que deja a su paso. El drama es que la élite económica y política de un país no se rija por la ética.

Entonces solo queda una opción: la ciudadanía debe volver a tomar las riendas, echar a esa anti-élite del poder y fabricar una nueva élite basada en el interés común. Es la acción política. Y es posible, aunque las estructuras armadas por las no-élites hagan muy difícil esta regeneración. Pero hay resquicios que debemos saber descubrir y aprovechar.

Porque esta regeneración ('democrática', la llama la propia no-élite, desvirtuando el término con solo nombrarlo) no va a venir de la propia no-élite. Por eso es tan llamativo que parte de la 'clase' política en el fondo se esté alegrando de lo que le está pasando al PP y a Rajoy. Exactamente, ¿de qué nos alegramos? Independientemente de si se comparte la ideología del PP o no, que el partido en el Gobierno y que el presidente de un país estén involucrados en un caso de corrupción que nos retrotae a más de 20 años es un desastre. Confirma el tipo de élites que España tiene y ha tenido siempre. La misma traslación podríamos hacer en el caso de CiU con Catalunya.

Por eso la petición de dimisión a Rajoy por parte de Rubalcaba suena tan falsa, tan fuera de lugar. No porque deban taparse las vergüenzas unos a otros como tantas veces a pasado. Sino porque el PSOE, realmente, no ha hecho absolutamente nada para ganarse el respeto como élite política. Así que este arranque de Rubalcaba se inscribe más en el "y tú más" que en la regeneración democrática que invocan. Se inscribe en el eterno bipartidismo alternante de la política española. Algo de lo que, por cierto, la ciudadanía se está cansando cada vez más.

Si las élites quieren regenar el sistema -lo cual es su obligación- deben empezar por regenerarse a ellas mismas, también la élite económica, denostadísima tras el lamentable espectáculo del sistema financiero español, con cajas de ahorro saqueadas y engaños colectivos como las preferentes. Hasta que no lo hagan, no recuperarán su credibilidad. Lo peor, sin embargo, es el desastre de país que dejarán como legado unas de las peores no-élites de los últimos tiempos.

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