lunes, 15 de marzo de 2010

Woman is the (Dumb) Nigger of the World

(Esto porque ya no es el día de la mujer, precisamente)

Lo dijo John Lennon, que la mujer es el negro del mundo. Aunque él no dijo negro, sino nigger, un término bastante ofensivo que podría traducirse por «negrata». Y no le faltaba razón. Es más, yo diría que además de negrata la mujer es muda.

Muda porque a lo largo de la historia se ha tratado sin tregua de acallarla, bien ninguneando su discurso tachándolo de cháchara de gallina –las mujeres cotorrean; los hombres tienen conversaciones–, bien privándolas por completo del derecho legítimo a defenderse del modo más mezquino. Me explico: el mayor daño que ha infligido el hombre machista a la mujer es hacer que se sienta avergonzada de luchar por sus derechos, es decir, de ser feminista. El ecologista y el pacifista se enorgullecen de serlo, pero la mujer aún se avergüenza de decir que es feminista, aun a sabiendas de que, desde el punto de vista de la moral, no se puede ser otra cosa en este mundo. Pero, gracias al hombre machista, una feminista es un marimacho o, ¡peor!, una lesbiana. Y ello implica muchas cosas.

En primer lugar, y por obvio que parezca decirlo, no tengo más remedio que apuntar que la homosexualidad no es un herpes ni ninguna enfermedad, ni siquiera –para sorpresa e indignación de muchos– es nada malo (¡oh!). Es simplemente una condición tan natural como cualquier otra, y ni que decir tiene que ser homosexual no equivale a ser activista.

En segundo lugar, no estaría mal analizar qué es más masculino, si una «marimacho» o el concepto de lo que entendemos por «femenino». Vuelvo a explicarme. Lo que entendemos por «femenino» es el concepto más masculino que existe. Es la mujer florero que se «educa» o más bien se «antieduca» –en todos los aspectos– para solaz del hombre –heterosexual, claro–, la que, como decía el chiste, tiene más libertad cuando se le amplía la cocina o se le abrevian las bragas.

Y es que, tras la mal llamada «revolución sexual», la mujer de hoy –occidental, claro– cree que es dueña de sí misma y que ahora tiene la sartén por el mango –metáfora muy desafortunada, por cierto. Pero se engaña. La mujer sigue siendo esclava de ese concepto de feminidad impuesto por el hombre a lo largo de la historia. Un claro ejemplo de ello es la creencia por parte de millones de mujeres de que deben maquillarse, pintarse, adornarse, operarse y llevar ropa ajustada para ser «femeninas», cuando todo el mundo sabe que una mujer sólo puede ser más mujer insertándose otra vagina o chutándose estrógenos en vez de botox. Lo demás nos puede gustar o no –yo misma, debo confesarlo, ¡me depilo!–, pero sólo son convencionalismos que nada tienen que ver con ser un hombre o ser una mujer.

Todos cambiamos nuestra imagen de un modo u otro. Nos depilamos, nos teñimos, nos rapamos, nos maquillamos, nos dejamos barba, nos sometemos a operaciones de aumento de pecho o de pene. Pero nada de eso tiene nada que ver con ser un hombre o ser una mujer, y por supuesto nada de eso tiene que ver con ser un individuo. Son sólo costumbres, imposiciones, etiquetas, lastre. Son sólo barreras que llevan a unos a distanciarse de otros hasta verlos como un puntito, una menudencia, una mota en su camino; hasta verlos como seres distintos, tan distintos que hasta pueden considerarse inferiores, de otra casta, incluso de otro planeta, como la tontería ésa de que los hombres son de Marte y las mujeres, de Venus. Claro, los hombres son guerreros salvajes que no lloran (pese a tener conductos lagrimales) ni se conmueven por nada, guerreros implacables dispuestos a comerse el mundo, y las mujeres quedan relegadas a los asuntos del amor y las artes amatorias para satisfacerlos, porque nosotras (¡oh!) ¡somos taaan sensibles!

Uno se lo puede tomar a risa. Es fácil y además es contagioso. Pero en el fondo es una cosa muy triste. Porque desde que nos visten de rosa porque somos niñas hasta que nos tiran por una ventana porque somos mujeres no hay más que un paso. Porque cuando una mujer, un negro, un homosexual, un inmigrante, un pobre se convierte en el otro, en el inferior, el infrahumano, el de otro planeta, entonces es más fácil arrojarlo por una ventana, quemarlo vivo, arrancarle las piernas o rociarle la cara con ácido.

Sí, dan mucha risa los libros ésos que cuentan que las mujeres no entienden los mapas y los hombres no escuchan. Dan mucha risa por lo estúpidos que son, claro. Porque, una vez más –¿hace falta decirlo?–, el único pecado que comete el hombre es no escuchar (porque no le interesa lo que puedan decir las mujeres, en especial la suya), pero la mujer resulta que no «entiende» los mapas, es decir, que es idiota, como corresponde a su naturaleza taaan sensible, sometida al irracional gobierno de las hormonas y, por tanto, incapacitada para pensar con claridad pero dotada de una sensibilidad prácticamente sobrehumana y de emociones tan intensas que un hombre ni sospecha que existen.

Y no podría ser de otra manera, porque, ¿no se han dado cuenta?, ¡somos taaan distintos! Sopesémoslo: un pene y dos testículos frente a dos pechos más o menos prominentes y una vagina contra, veamos (en condiciones ideales), dos ojos, una boca, una nariz, dos orejas, 32 dientes (si no les rompieron unos cuantos por no escuchar), dos manos, dos brazos, dos rodillas, dos piernas, un estómago, un hígado, un páncreas, dos riñones... ¿Seguimos? ¿Que somos diferentes? Por supuesto, eso es innegable. Hasta un tonto lo sabe. ¿Y qué? Eso, por sí solo, no nos define.

Y digo yo, ¿hace falta definirnos? Porque somos muchas cosas. Y, sí, todos y cada uno de nosotros somos distintos. No hay dos iguales, ni siquiera los «gemelos idénticos» son idénticos. Pero no olvidemos que la mayoría de diferencias son culturales y que el mundo sería un lugar mejor si viéramos personas en vez de hombres, mujeres o «gente», otro concepto con el que nadie se identifica, por cierto, porque «la gente» siempre son «los demás», «los otros». «La gente ve Gran Hermano», «la gente no sabe lo que hace», «la gente es idiota». En fin, ya saben, «la gente» dice muchas cosas. Oh, y ya sé que hablar de «la mujer» se contradice con «ver personas», pero de momento no se hacen leyes para individuos.

Para acabar, dos cosas. La primera: ya sabemos que el Día Internacional de la Mujer es una farsa, como todos los días internacionales de algo, y que queda mucho por hacer y que haría falta otra gran guerra que dejara al mundo escaso de hombretones para que los derechos de la mujer se equipararan por fin con los del hombre, pero no por eso vamos a callarnos la boca, y precisamente para eso debe servir el Día Internacional de la Mujer, para recordar cuánto queda por hacer y para honrar a tantas mujeres que se negaron a callarse. Y segunda: dumb es «mudo» pero también es «bobo». Lo digo por si se cuela algún listo chistoso que se apunta al carro del jijijí, jajajá y dice que la mujer es una negrata estúpida. Puede que hayan intentado dejarla muda, pero de tonta no tiene un pelo –sobre todo desde que se inventó el láser.

by bertelmax

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